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Murió César, y sus hijos lo acompañaron

Murió César, y sus hijos lo acompañaron desde que tuvieron la noticia de su muerte inesperada, a causa de un ataque al corazón, hasta el último adiós en el cementerio.

Hijos que empiezan a caminar y vivir por el mundo, con una niña convertida ya en mujercita de 21 años. Le siguen, de su segunda esposa, Patricia, el formal y muy coqueto Andrés, primer hijo de ella, quien desde los cuatro años compartió la segunda familia de su mamá. El grandioso y muy sensible Javier, de 16; Juan Pablo, de 12 años, voz amable y cariñosa; y por último, José Jorge, de risa pícara y 8 años. Todos ellos presentes en las ceremonias fúnebres de su papá.

Entre mi quehacer diario, y sabiendo que velarían a César toda la noche, decidí acompañar a Patricia, mi vecina, amiga y comadre al funeral del papá de sus hijos durante la noche. César, un amigo con quien compartí ratos alegres en Tiquisate y en celebraciones familiares.

Cuando llegué a la funeraria, me di cuenta de que todos los hijos estaban. Todos los niños acompañaban a su papá en su última fiesta de cuerpo presente. Esto me alegró mucho, pues sé lo importante que es que los niños estén presentes y vivan las ceremonias fúnebres de la muerte de un ser querido.

Unos iban, otros venían y compartían con sus compañeros de colegio y familia su cansancio.

Había momentos de lágrimas y dolor en los chiquitos. Juan Pablo y José Jorge expresaban pesar y ansiedad, pero en todo momento estuvo Patricia compartiendo el dolor y contestando cada pregunta que ellos hacían, de manera honesta y sencilla. Tratando de darles un entorno seguro, amoroso y de cuidado.


¿Por qué escribo que me alegró ver a los niños en esta fiesta? La doctora Elizabeth Kubler Ross,* internacionalmente conocida por su vida y obra dedicada a los moribundos y a sus familiares, con el fin de ayudarles a afrontar la muerte con sosiego y dignidad como etapa final del crecimiento, escribió una bonita metáfora sobre la muerte a un niño con cáncer que preguntó tres cosas: ¿qué es la vida?, ¿qué es la muerte?, y ¿por qué tienen que morir los niños?

Parte de ese libro Carta para un niño con cáncer*, dice que cuando hemos acabado con el trabajo en la tierra, podemos dejar nuestro cuerpo que encierra nuestra alma como el capullo de seda a la mariposa. Y cuando llegue el momento, dejaremos el cuerpo y nos liberaremos del dolor y del miedo. Seremos libres como una mariposa, y volveremos a Dios, a nuestra casa, donde nunca estamos solos y donde podemos crecer, cantar y bailar…Donde encontraremos a todos los que amamos, a los que dejaron sus cuerpos antes que nosotros, y donde estaremos rodeados de todo el amor que podemos llegar a imaginar.

La doctora Lisbeth Quesada Tristán, quien trabaja en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital de Niños en Costa Rica, nos dice lo importante que es que los niños compartan los rituales funerarios y religiosos.

Preguntarles si desean ver el cuerpo del ser querido fallecido, explicarles qué es lo que pueden esperar (esto se refiere a que no pueden esperar verlo como siempre vieron al ser querido cuando estaba vivo). No se mueve, tiene los ojos cerrados; tal vez cambió su color de piel, tiene un raspón en la cara, o un morete; quedó con los ojos semiabiertos, que no respira, en fin, de acuerdo a cada caso, prepararlos para lo que van a ver.

Debe permitírsele al niño tomar sus propias decisiones. Que si desean llorar, deben hacerlo libremente; hablar de lo que sienten y les preocupa, de expresar los sentimientos de tristeza, tanto el adulto con el niño y viceversa, esto les da permiso, a ambas partes, de compartir miedos, ansiedades, y expresar el duelo cada quien a su manera. El ser honesto con los sentimientos y expresarlos, ayuda a los niños a comprender que expresar sus sentimientos y está bien.

Muchas veces, cuando hablo o escribo sobre este tema, las personas que me escuchan o leen se asustan y se asombran al notar la forma tan clara y natural que siento que los niños sí deben compartir los servicios fúnebres o acompañar y vivir una enfermedad terminal de un ser querido.

Un niño, desde los dos años, puede comprender lo que es la muerte, siempre y cuando se le prepare y explique lo más apegado a la realidad, pues los pequeños están atravesando la etapa del pensamiento concreto, donde todo lo consideran verdadero. Es por ello que debemos darles información correcta, verdadera y con datos reales, y no con cuentos sobre cosas o personajes fantásticos.

Deseo que así, como Patricia comprende lo importante que fue que sus hijos estuvieran presentes en todo lo de su papá, otros padres que no lo sienten así y dudan al respecto, reflexionen un poco sobre esto.


*Elizabeth Kubler Ross, Carta para un niño con cáncer. Colección Los Niños de Luciérnaga, 1979.


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